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Archive for the ‘Inequidad’ Category

En algún lugar inhóspito, detrás de la sierra del olvido y en un recoveco del tiempo, subsistió intacta una de las versiones más generosas del hombre; pero ahora, los estragos de la civilización recorren los senderos de la inocencia…

 

            La sierra Tarahumara, hogar ancestral de los rarámuri, fue la frontera natural que durante mucho tiempo impidió la incursión de criterios ajenos; las distancias entre las familias y la extrema dificultad para desplazarse entre los escuetos asentamientos impidieron que los conquistadores, los misioneros y los revolucionarios impusieran su visión del mundo. Por derecho propio, los rarámuri permanecieron alejados del mundo civilizado y conservaron intactos los rasgos que fortalecieron la unión de su etnia. Al margen del progreso y la modernidad, los hombres de los pies alados, poseedores incuestionables del olvido institucional subsistieron por la fuerza de la solidaridad arraigada en sus memes: kórima es el vocablo rarámuri que designa al compromiso social como una tradición que surge en la ayuda y el apoyo mutuo. Pero nada es para siempre.

 

La lejanía, manantial de la autonomía y la dignidad de los rarámuri, se desvaneció por los estragos de ambiciones perniciosas: la tala inmoderada y excesiva modificó el entorno natural, los productores de estupefacientes impusieron la fatal disyuntiva entre la esclavitud y la muerte. No obstante, la legendaria barrera del silencio permanecía inalterable. La trágica situación de los rarámuri permanecía oculta, la indiferencia hacia ésta y todas las comunidades indígenas se mantuvo como  el criterio predominante en las políticas públicas y en las etnias se concentraron todos los matices de la discriminación.

 

El abuso y la depredación de su entorno destruyeron paulatinamente su fortaleza. La desesperación arrasó con la maravillosa habilidad de volar con los pies en la tierra y la muerte se apareció como un remedio a los estragos de la hambruna. Y la intensidad de la desventura trascendió la frontera del olvido y un rumor irrumpió el silencio. La muerte de los rarámuri se filtró en los mensajes y en las redes sociales se reprodujo el eco de la indignación. La conciencia ciudadana logró vencer las inercias del olvido gubernamental, la solidaridad espontánea impregnó el ambiente y Kórima se expande más allá de sus límites ancestrales para atenuar los estragos de la sequía. Los centros de acopio se multiplican en todo el país, y la hambruna se escapa pero amenaza con volver, más tarde o más temprano la generosidad será insuficiente. El bienestar y la dignidad germinarán en el hogar de los rarámuri cuando las bondades del Estado lleguen a su territorio y se arraiguen como un derecho irrenunciable. Es imperativo que el progreso social lleguen a todo los moradores de la geografía nacional, que la salud sea una realidad latente en todos los recovecos donde el tiempo se detiene, que la prosperidad revierta los estragos de la civilización y fertilice los senderos de la inocencia…

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“Siempre hay un momento en la infancia,

cuando la puerta se abre y deja salir al futuro.”                                                             

 Graham Greene

 

            En algún lugar del tiempo, poco después del umbral de la vida, se emprende la aventura maravillosa de la infancia; pero suele suceder que todas las bendiciones de la inocencia se desvanecen en un entorno denso, turbio y violento…

 

            Atendiendo al inexorable transcurso del tiempo y con una visión optimista, durante la modernidad surgió un proyecto para crear un mundo mejor en un futuro no muy lejano; y la única estrategia viable para lograrlo requería inculcar la empatía, la fraternidad y la tolerancia en los ciudadanos del futuro. Ese fue el fundamento para la Primera Declaración de Protección a la Infancia en Ginebra en 1923 y de  la instauración del 30 de Abril como el Día del Niño durante el régimen de Álvaro Obregón. En ese día festivo se consagraba como imperativo el bienestar de todos los niños del mundo.          

 

Pero muchos ideales de la modernidad se desvanecieron en el ajetreo del mercado y en el flagelo de la ciencia al servicio del poder; y aquella esperanza en un mundo feliz se dispersó por el implacable efecto de la violencia como régimen.

 

            Hoy por hoy, la infancia provoca mil y un versiones en un mundo de nunca jamás. La violencia y el lucro penetraron y corrompieron el tejido social, y ahora, la realidad es un compendio de visiones y percepciones que provoca versiones contrastantes. Y mientras algunos celebramos la felicidad como atributo indeleble de los niños, otros lamentan la pérdida irreversible de la inocencia de los pequeños, ya sea por el maltrato y del desamor de sus padres, por su incorporación a las huestes del crimen organizado, por el flagelo de la enfermedad, por la necesidad de trabajar, y por todas y cada una de las causas que los obligan a comportarse como adultos chiquitos.

 

La frialdad de las cifras es lacerante cuando  ejemplifica el efecto de un entorno violento y hostil en los niños, afortunados o desafortunados: 9%   padecen rasgos depresivos, dos millones y medio de niños no acuden a la escuela,  México  destina solo  el 1% del erario para evitar la violencia, abuso o explotación infantil. Recientemente,  el presidente de la Comisión de Participación Ciudadana de la Cámara de Diputados, Arturo Santana Alfaro, indicó que existen alrededor de 25 mil niños sicarios y por lo menos 100 mil son adictos. Si agregamos la cifra imponderable de todos los niños que fallecen por una deficiente alimentación o por los obstáculos para recibir la ayuda asistencial, la resultante es un dolor profundo, una impotencia insufrible y la lúgubre certeza de que el día el niño no hay motivos para celebrar.

            Sí!… la apertura del criterio exige abandonar momentáneamente el entorno propio para sensibilizar la conciencia, requiere considerar las modalidades alternas y desconocidas de la realidad.

 

Y tiene razón!..  Es un ejercicio extenuante que provoca reacciones profundas e intensas pero también fortalece el músculo atrofiado de la  empatía, ese propósito postergado en un mundo cruel y materializante que está produciendo generaciones de pequeños tiranos, de niños apáticos, aislados y egoístas, de niños marcados por la violencia y el abandono. Y este relato no tendrá un final feliz en un mundo mejor porque los protagonistas del futuro han perdido  todas las bendiciones de la inocencia en un entorno denso, turbio y violento…

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“El hombre es dueño de su destino;

pero los niños están a merced de quienes les rodean.»

John Lubbock

 

En algún lugar maravilloso, cuando la cruda realidad enturbia el ambiente el aire respirable se torna denso, el clima se endurece por los reclamos de la vida y se extinguen los oasis donde solían refrescarse las visiones de la infancia…

 

Alguna vez, el entretenido juego de la infancia abarcaba una época imprecisa pero imperecedera, era un periodo que no se extinguía del todo porque en el corazón de todos los hombres,  en el recoveco más plácido, entre sueños y fantasías, dormía el niño que alguna vez fue. Dicen los que saben que se requieren millones y millones de años para que los cambios biológicos se inscriban en el código genético, que por eso, las mutaciones recientes en los seres humanos surgen y se inscriben en el entorno social.  Desde la modernidad tardía, en los estratos favorecidos, la infancia perdió sus rasgos placenteros y despreocupados cuando la figura materna se transformó en una mujer productiva, las actividades  extracurriculares saturaron todas las tardes y  por los nuevos paradigmas, la infancia se transformó en un sector de mercado.

 

Pero mientras algunos afortunados desperdician los dones maravillosos de la infancia en un circo de  objetos y marcas, una porción inconmensurable debe prescindir de las fantasías para incorporarse a las filas de un ejército de trabajadores que luchan por sobrevivir. Los niveles del trabajo infantil se incrementan en función de la escasez de oportunidades y por el detrimento en la calidad de vida. En México, en los estratos marginados, la educación y la salud públicas se otorgan en condiciones deplorables en un ambiente hostil donde solo una minoría sobrevive y pocos sobresalen. Y a la pobreza y al maltrato que flagelan la infancia se añade la orfandad como daño colateral de la guerra calderonista contra el crimen organizado.

 

Y así,  las bendiciones de la prosperidad,  el flagelo de la miseria o  los daños colaterales de una cruzada absurda, arrebatan la espontaneidad y la inocencia de los pequeños habitantes de la aldea global. El juego carece de diversión y en su modalidad electrónica es uno más de los indicadores del poder adquisitivo; los rasgos infantiles se pierden en una adolescencia prematura. Pero los cambios en el entorno aún no se inscriben en el código genético: dormido,  recesivo tal vez,  pero latente, el gen de la infancia pervive en los seres humanos. Será necesario reorientar el curso del mundo para recuperar la frescura de la raza humana, quizá se requiera un cataclismo universal que nos obligue a recuperar los valores primigenios, es posible que el desencanto de las generaciones posmodernas provoque una mutación emocional, que la cruda realidad sucumba ante el impacto de la esperanza y  que el clima enrarecido por los reclamos de la vida se torne gentil  y que  ese  entorno propicie el florecimiento de la infancia como la virtud más grande de la humanidad…

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“Por su realidad de sujeto consciente, el hombre se escapa del mundo natural, se presenta como hacedor de historia y se humaniza”

Scanone y Remolina

 

            En algún lugar remoto, perdido en la oscuridad de los tiempos cuando los dogmas  aún no sometían el instinto natural de la curiosidad, la primera luz sobre las nacientes conciencias surgió en la transmisión de la experiencia…

 

            Dicen los que saben que la educación es el esfuerzo más humanizante, que la condición humana se construye en el aprendizaje, porque ese rasgo humanizador  surgió en la imperiosa necesidad de sobrevivir.  Sin embargo, en este mundo deshumanizante las bendiciones de la educación se restringen paulatinamente. La educación, como una función del estado mexicano se tergiversó en el mercado de plazas, en la venta de votos y en un negocio ajeno a los fines primigenios de la educación pública.

 

Como reflejo de su contexto, la educación es el proyecto olvidado de una gerencia de negocios a cargo de la administración pública. La insensibilidad social de los gobiernos arrinconó a la educación en el rezago, por el descuido consuetudinario los educadores laboran en condiciones deplorables y el deterioro del tejido social provoca un porcentaje creciente de deserciones. Y ahora, cuando los contendientes se prestan a desenfundar sus armas en el proceso electoral, el presidente Felipe Calderón, como el paladín de la derecha encargada de perpetuar las desigualdades sociales, infringe una herida letal a la educación pública: el decreto que permite deducir las colegiaturas del Impuesto sobre la Renta  emite un reconocimiento explícito a la calidad de la educación que imparte el sector privado y un demérito implícito a la educación pública.

 

El decreto exhala la sumisión del régimen hacia la cúpula empresarial, es un regalo al sector social donde reside el poder adquisitivo y la gran mayoría de los indecisos cuya simpatía se pretende atraer rumbo a las elecciones presidenciales. La estrategia posiciona al panismo rampante como un partido de las clases privilegiadas dispuesto a todo por conservar el poder, incluso a disfrazarse con una máscara popular en sus alianzas con el perredismo.

 

Sí!… desafortunadamente, cuando la procuración de la justicia se erige como una garantía  discrecional sobre la presunción de la culpabilidad, la educación corre el riesgo de convertirse en una presunción humanista, en la paradoja de la sociedad del conocimiento, en regímenes que pretenden confinar sus atributos en un estrecho círculo de privilegiados que acaparan aquella  luz que provocó el nacimiento de las conciencias, en un mundo de crueles contrastes  donde se restringe la libertad legendaria del pensamiento que alguna vez conjuró los egoísmos instintivos para que los hombres transmitieron su  experiencia…

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            En algún lugar catastrófico, entre las ruinas y el caos yacen los motivos de la tragedia,  y entre los claroscuros de la supervivencia deambulan los contrastes de la condición humana…

 

            La magnitud de la devastación provocada por el terremoto  en Haití es un dolor expansivo; conforme transcurren los días, el duelo  y la desesperanza se incrementan exponencialmente: al día de hoy,  el saldo fatal  asciende a 150 mil decesos confirmados en Puerto Príncipe, 70 mil cadáveres sepultados en fosas comunes, 400 mil huérfanos, millón y medio de damnificados y un exilio masivo a República Dominicana.

 

            Después de la catástrofe llegaron los corresponsales y la cobertura mediática global, los efectivos militares de la ONU y las fuerzas armadas de EUA. Las donaciones de organismos no gubernamentales y la ayuda humanitaria arribaron después.  Y como suele suceder en todas las tragedias, entre los escombros y en la anarquía, surgieron las manifestaciones contrastantes de la condición humana: ante la solidaridad y el altruismo de algunos se contrapuso el egoísmo y la maldad de otros.

 

            En circunstancias de indigencia, como las que privan en Haití,  se reactivan aquellos instintos que permanecieron sojuzgados por la razón: la sobrevivencia es un imperativo que destroza todos los convencionalismos  y el egoísmo se expande. No obstante, la carga genética de la especie humana también incluye los genes del altruismo; la generosidad es el único remedio contra la violencia y la maldad.

 

            Hoy por hoy, las vicisitudes de la tragedia conmueven a todo aquel que conserve una pisca de sensibilidad para celebrar el triunfo del espíritu humano. Muchas voces se han unido para cantar la esperanza en un horizonte siniestro, pero es preciso advertir  el preámbulo de la tragedia.

 

            La Española, es la isla que comparten Haití y la República Dominicana y está ubicada en una región sismológicamente activa que  ha experimentado terremotos significativos y devastadores en el pasado cuyo origen es la falla Enriquillo  (1). Además, en la historia de Haití sobresalen los genocidios  perpetrados por Roger Lafontan y dictadores de la talla de Jean-Claude Duvalier, quien nombró comandante en jefe del ejército al brujo Zacharie Delva con la encomienda de instaurar el vudú como religión oficial cuya observancia era vigilada por una policía esotérica conocida como Tonton Macoutes (2). 

 

            Haití se erige en una región geológicamente castigada como una nación históricamente flagelada por  regímenes despóticos y el fanatismo. Un deleznable porcentaje de las pérdidas que hoy asolan a sus habitantes tiene su origen en la corrupción trepidatoria y consuetudinaria que impregna las políticas públicas.     

 

Las ciudades en zonas sísmicas deberían erigirse atendiendo a la naturaleza del subsuelo para minimizar las pérdidas humanas, de tal forma que la reconstrucción de las vidas y de la ciudad sea menos dolorosa. Pero cuando el gobierno de un país, o de una ciudad, se asume como una empresa, como una macro agencia de negocios cuyos beneficios se concentran en una élite, no hay estudios ni análisis, ni planeaciones ni pronósticos, lo suficientemente convincentes para modificar la agenda de las políticas públicas.

 

Allá, en Haití está el ejemplo superlativo. Pero alrededor del mundo existen muchos ejemplos de diversas intensidades cuyas  consecuencias también podrían ponderarse con la escala de Mercalli.  Uno de esos ejemplos es reciente: por los efectos de uno de tantos frentes fríos que se pronostican este invierno, se registraron lluvias y tormentas inusitadas en  la ciudad de Mexicali, en el estado fronterizo de Baja California.

 

Como consecuencia de la inclemente precipitación, y muy lejos de los imponentes puentes viales recientemente construidos, varias colonias quedaron incomunicadas en el poniente de la ciudad donde los asentamientos irregulares se cubrieron de agua y lodo. Las lluvias destrozaron calles pavimentadas y Mexicali se transfiguró, literalmente, en Bachilandia (3).

 

Estos lamentables ejemplos seguirán registrándose mientras las verdaderas prioridades se excluyan de la agenda gubernamental, mientras el bienestar de la población marginal y los servicios elementales se posterguen ante proyectos espectaculares, mientras el ornato sea el criterio para la realización de la obra pública.

  

Aquí, allá y en todas partes, las inclemencias de la naturaleza suelen causar tragedias y desastres en los sectores menos favorecidos, en las zonas marginadas donde deambula el olvido institucional; por eso, debajo de las ruinas de una catástrofe yacen los motivos de la tragedia, y entre los claroscuros de la supervivencia  deambulan los contrastes de la condición humana…

             

(1)    Paul Mann y su equipo  presentaron en 2006 una evaluación de riesgo en la falla de “Enriquillo”,  y en la 18ª Conferencia Geológica del Caribe en marzo de 2008. En José María Pérez Gay. Haití: el mal y la desdicha. La Jornada. Domingo 24 de Enero del 2010. http://www.jornada.unam.mx/2010/01/24/index.php?section=opinion&article=013a1pol

(2)   José María Pérez Gay. Haití: el mal y la desdicha. La Jornada. Domingo 24 de Enero del 2010. http://www.jornada.unam.mx/2010/01/24/index.php?section=opinion&article=013a1pol

(3)   En la primera plana del diario La Crónica de Baja California del viernes 22 de enero del 2010 sobresale la fotografía de un automóvil que cayó al derrumbarse la calle donde circulaba.

http://www.lacronica.com/EdicionDigital/EdicionImpresa.aspx?Fecha=2010/1/22

 

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En algún lugar del pasado, cuando los ideales despertaban las conciencias, se inflamaban las convicciones y el espíritu se enaltecía, y desde  entonces, al  agudizarse  la tensión entre los extremos, se confrontan las visiones siempre opuestas de los mismos exponentes de la realidad…

Dicen los que saben que para comprender la historia es necesario leerla bajo la luz de la condición humana, porque los grandes logros y los yerros colosales son la materialización de las ideologías, y que por eso, la dominación es el único factor constante a lo largo de los siglos.

La recapitulación del pasado  redimensiona los acontecimientos, desmitifica a próceres inconsistentes  y propicia el análisis comparativo. Hoy por hoy, a siglos de distancia, se confirma el rango de influencia de las minorías ilustradas que pugnaban por la igualdad de derechos y oportunidades en la Nueva España, y ahora es posible identificar a la aristocracia porfirista entre las élites actuales.

Con  el advenimiento del 2010, el devenir histórico adquiere importancia y significación. La celebración del bicentenario de la guerra independentista y el centenario de la gesta revolucionaria provocaron la recuperación de la  memoria colectiva y despabilaron el discernimiento.

Pero si las retrospectivas son inevitables, las comparaciones son imprescindibles: las castas inferiores novohispanas, los desposeídos y desfavorecidos en el caos decimonónico, el lumpen modernista, los jodidos del  posmodernismo, todos ellos, sobreviven en los mismos márgenes de la miseria y la desventura.

La independencia no mejoró las condiciones de vida de los mestizos ni desvaneció la crueldad de la estratificación social en función del origen y la raza; los sacrosantos postulados de la Revolución mexicana cristalizaron en mitos nacionalistas pero no se diseminaron en el territorio nacional.

Aún ahora subsiste el centralismo que intentaron derrocar los criollos, la autonomía sigue siendo una quimera monumental. Los ideales democráticos de la Revolución se rompen en una partidocracia que ahora propone la reelección como una forma subrepticia de un neo-totalitarismo.

El consenso social, la soberanía popular, la opinión pública como garantes de la democracia no inciden en la toma de las decisiones: el reciente aumento en la gasolina, con la inexorable secuela inflacionaria, es una evidencia del criterio despótico de un régimen que no reconoce límites ni contrapesos.

A doscientos años del grito de Dolores y a cien años del levantamiento revolucionario,  los desposeídos subsisten en la jodidez, el olvido institucional se agudiza en regímenes carentes de sensibilidad social  y el poder de las masas se manifiesta únicamente en los devaneos del mercado, porque ahora, el contexto histórico admite y perpetúa la tensión  entre las visiones siempre opuestas de los mismos exponentes de la realidad…

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En algún lugar de la estadística, donde la realidad se desplaza de  las cimas a las depresiones en una  campana de Gauss, la desventura se traduce en porcentajes, las carencias se distribuyen en rangos; pero esa conversión no pondera los niveles de la demagogia, ni los grados de la indefensión…

 

            Dicen los que saben que la contundencia de las cifras reside en los parámetros, porque las ponderaciones dependen de los rangos de la interpretación, y que por eso, el manejo pernicioso de los números produce cantidades discrepantes con la realidad.

 

            Una de las cifras más esquivas en la administración pública es el número de los habitantes que sobreviven en la pobreza. La cifra negra de la miseria suele eludirse en un cuadro sinóptico de los niveles de la pobreza, en la clasificación de las carencias. En petulantes categorías, la pobreza se identifica con el nivel de ingresos, con la ausencia de propiedades, con la carencia de los satisfactores vitales; sin embargo,  esa fría clasificación no se considera el grado de la desesperanza, las expresiones de los vicios y la imperiosa necesidad de eludir la cruel realidad.

 

            Recientemente, el  Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), realizó cambios sustanciales en la metodología para la medición de la pobreza; las modificaciones produjeron una reducción insólita y se borraron de la sumatoria tres y medio millones de mexicanos en condición de pobreza.

 

            Atendiendo al criterio establecido en  la Ley de Desarrollo Social, se añaden a los parámetros de la pobreza una serie de indicadores  relacionados con el acceso a la seguridad social. La nueva metodología establece una medición multidimensional, y ahora, la pobreza se desplaza por debajo de los 64 pesos de ingreso diario y se manifiesta en la carencia de alguno  de los derechos sociales: acceso a la salud, educación, espacio en la vivienda, seguridad social.

  

            La ponderación multidimensional pretendía diversificar los rangos de la pobreza para eludir la cifra catastrófica de las políticas públicas, el efecto inmediato fue la reducción del padrón de la pobreza; no obstante, la aplicación de los factores y las  dimensiones produjo una paradoja espontánea y se incrementó el indeseable nivel paupérrimo del jodidismo.

 

            La perspectiva multidimensional refleja una magnitud inesperada de la pobreza, la cáustica desigualdad en los niveles del bienestar social y exhibe el fracaso del asistencialismo. El programa Oportunidades es un soberano fracaso, porque no ha aliviado el flagelo de la miseria.

 

            La crueldad de esta paradoja estriba en que la pobreza no es una prioridad en las políticas públicas: las carencias y la indefensión sólo son el argumento principal del discurso proselitista. Los pobres existen para el régimen únicamente en tiempos electorales.

 

La pobreza continuará expandiéndose en un régimen donde predomina la ausencia de sensibilidad social, que traduce la desventura en porcentajes, que   distribuye las carencias en rangos, que  elude  los niveles de la demagogia y  los grados de la indefensión…

 

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Escrito en México el 22 de marzo del 2009

 

En algún lugar de la bitácora, entre las millas recorridas y las horas de descanso, deben registrarse todas las revisiones, las inclemencias del clima discriminatorio y las circunstancias adversas que obstaculizan el trayecto y alejan la libertad prometida en un tratado asimétrico…

 

            El libre comercio es uno de los paradigmas de modelo neoliberal que pretende diluir las fronteras políticas; el mercado sin límites ni limitantes es la actividad primigenia en un sistema basado en el consumo y la extrapolación de la sociedad de mercado es un planeta configurado por regiones productivas.           

 

En este tenor, el Tratado de Libre Comercio de América de Norte (TLCAN) fue firmado por los mandatarios de Canadá, Estados Unidos de Norteamérica y México en diciembre de 1992; después de varios debates y de una secuela de ajustes, el tratado  entró en vigor el 1 de Enero de 1994.

 

            El regateo entre los economistas en aquellas mesas de negociación produjo un tratado complicado y complejo, contrario a la realidad y ajeno a las condiciones económicas de los países firmantes. Pero además de las ambigüedades, en la implementación del tratado incidieron la incompetencia, la desinformación y la sumisión de los funcionarios responsables.

 

            El tratado, en teoría, debería promover la competencia justa y leal para estimular el desarrollo económico proporcionando a cada uno de los países signatarios el mismo acceso a sus respectivos mercados. Sin embargo, la aplicación de los principios, las reglas y los procedimientos de este tratado tripartita ha sido parcial e irregular.

 

            Un claro y lamentable ejemplo de la naturaleza inequitativa del tratado es el capitulo del autotransporte de carga. Los países firmantes asumieron derechos y obligaciones con el propósito de acoplar el autotransporte de carga a las exigencias de un creciente intercambio comercial.

 

Según el tratado, los camiones de carga de México y Estados Unidos deberían haber comenzado a cruzar de un país a otro a dejar sus cargamentos desde diciembre de 1995. Desde entonces, las instancias estadounidenses obstruyeron deliberadamente el acuerdo para impedir que las empresas o ciudadanos mexicanos realizaran inversiones y servicios de autotransporte transfronterizo.

 

La oposición de camioneros estadunidenses (Teamsters) retrasó por años la entrada en vigor de dicha previsión, al argumentar que los camiones mexicanos incumplían las normas de seguridad necesarias para circular en las carreteras estadunidenses.

 

Las exigencias y requerimientos alcanzaron niveles insufribles: los transportistas mexicanos debieron tramitar más permisos y cumplir con diversos registros, pagaron costos elevados por placas, seguros y multas, y al tercer año del tratado, las autoridades estadounidenses prohibieron la entrada a camiones mexicanos a los estados fronterizos de California, Arizona, Nuevo México y Texas.

 

Ante la violación sistemática, deliberadamente confabulada por autoridades estadounidenses y el sindicato Teamsters,  los regímenes políticos reaccionaron con debilidad y la sumisión, con inútiles diatribas patrioteras y discursos vacíos pero inflamados. 

 

Aquellas circunstancias llevaron al quebranto económico a muchos transportistas mexicanos, quienes carecieron de asesoría y financiamiento del gobierno mexicano; no recibieron apoyo de los consulados mexicanos en Norteamérica en los juicios que se entablaron en su contra en las cortes, ninguna instancia les brindó financiamiento para solventar multas estratosféricas y fueron víctimas de fraude por gestorías apócrifas e ilegales que les prometieron todos los permisos requeridos para seguir trabajando. 

 

La Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) y la Secretaría de Economía (SE) fueron olímpicamente indiferentes y respondieron con un lacerante silencio ante la fragrante discriminación de las leyes norteamericanas que establecieron que los mexicanos son los únicos empresarios del mundo a quienes se les impide invertir en compañías de transporte o de carga en territorio estadounidense.

 

Durante catorce años, los empresarios y transportistas mexicanos nunca dejaron de preocuparse, se las ingeniaron para seguir trabajando (keep on trucking) en ese clima adverso y hostil, aunque muchas, muchas veces, la prosperidad se desvanecía en el trajín de la quinta rueda del troque.

 

Después de los estragos causados por las letras muertas del tratado, cuando muchos, muchísimos empresarios y emprendedores mexicanos han perdido el dinero, su equipo y la salud, por fin se hacen valer los compromisos adquiridos.

 

    En una inusitada reacción, la Secretaría de Economía adoptó las represalias arancelarias establecidas en el tratado (TLCAN) a productos industriales y agrícolas como medida de presión para que los estadounidenses, como socios comerciales, cumplan con las condiciones pactadas. Además, alrededor de 4,500 empresas afiliadas a la Cámara Nacional del Auto Transporte (CANACAR)  demandarán por daños y perjuicios al gobierno estadounidense por el incumplimiento del Tratado de Libre Comercio (TLCAN) al impedir, desde hace catorce años, el libre tránsito de transportistas mexicanos y sus inversiones  en ese país. La querella se promoverá bajo las reglas procesales de la Organización de las Naciones Unidas (ONU),  y según estimaciones, podría superar los 2 mil millones de dólares.

 

El desenlace es incierto. La oposición a la apertura del capítulo del autotransporte se concentra en los Teamsters, un sindicato norteamericano con características mafiosas y un rango de influencia que se extiende a instancias políticas. Una vez más, la solvencia de los transportistas mexicanos dependerá de instancias ubicadas muy lejos de la frontera, ajenas a esta actividad económica tan sacrificada y castigada.

 

Hoy por hoy, es imperativo que  el gobierno mexicano resuelva todas las desigualdades con que opera el sector en Estados Unidos, se debe crear la infraestructura necesaria y adecuar el marco jurídico. Hace más de 15 días  el Senado emitió un punto de acuerdo en el que solicitó al gobierno federal la instalación de una mesa, porque no hay condiciones para iniciar una apertura que beneficie a todas las partes.

 

La renegociación se pronostica extenuante y no se descarta que por debajo de los acuerdos y los compromisos se deslice una consigna subrepticia, como hace catorce años, cuando en el capítulo del libre tránsito se instauró un criterio furtivo y excluyente sustentado en gentilicios, cuando la inequidad y la discriminación erigieron la verdadera frontera comercial entre los firmantes de un pacto inerte. Porque hoy como entonces,  al cruzar esa garita, se padecen las inclemencias del clima discriminatorio y debe superarse las adversidades que obstaculizan el trayecto para alcanzar la libertad prometida en un tratado asimétrico…

 

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